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La cuestión de quien puede ser sujeto de Derecho ha sido controvertida Prácticamente desde el surgimiento de esta disciplina, inicialmente distinguiendo entre que personas tenían “lo necesario” para ser merecedoras de derechos y cuáles recibían un grado menor de protección por su género, lugar de nacimiento o características particulares. Esta discusión ha avanzado hasta el punto en el que se busca definir en la actualidad si otros entes, como los animales, pueden recibir este calificativo de “sujetos de derecho”, sobre esta línea de pensamiento y teniendo en cuenta los enormes saltos tecnológicos que ha tenido este último siglo, surge la pregunta ¿Podrán ser algunos robots, en el presente o en un futuro, ser titulares de Derechos y obligaciones?

Este es quizás uno de los temas de investigación de mayor controversia y profundidad actualmente, porque no solo nos lleva a hacer una vez más la ancestral pregunta “¿Qué es lo que nos hace ser humanos? Sino también expande la reflexión a horizontes no explorados a menudo y formula otra pregunta aún más difícil de responder ¿Cómo podemos identificar cuando algo obtiene humanidad?

Mucho de este debate podría parecer un tema reservado para cuentos de ciencia ficción como los escritos por el autor Isaac Asimov y analizados por Guillermo Lariguet, no obstante, es un futuro que está tocando a nuestra puerta y quizá algo que los estudiosos de la filosofía ya habían divisado como una probabilidad. Tal es el caso de Immanuel Kant con el Imperativo Categórico, cuya máxima de comportamiento era dirigida, no solo “Al hombre” sino a cualquier ente que fuera “racional” y capaz de guiarse por los preceptos de la misma.

La tecnología y la globalización están avanzando a un paso tan acelerado que le es imposible a muchas disciplinas, especialmente el Derecho, adaptarse adecuadamente al cambio. Hoy en día, asistentes personales que pueden controlar diversos aspectos del hogar y mantener una conversación básica con humanos están al alcance de todos, los drones son tan normales como los carros e incluso se empiezan a fabricar robots capaces de imitar emociones, llevar una conversación más elaborada que incluso permite tener una “relación amorosa” con ellos, todo esto nos demuestra que el convivir con máquinas como nuestros iguales es una realidad inminente.

De acuerdo al texto de Lariguet1, dos son las principales cualidades destacables de lo que conforma la base de la humanidad, el libre albedrío y la capacidad de sentir emociones, de aquí se puede iniciar el análisis de la verdadera humanidad, ya que actualmente ya hay maquinas que pueden llevar a cabo silogismos simples, razonar a un nivel básico y escoger entre varias opciones, pero todavía no pueden considerarse un ser con una existencia igual a la del humano, por lo que estos elementos no son suficientes para considerar a estas máquinas como humanos.

Esta primera distinción de las capacidades de un robot, caen dentro de la pregunta formulada por David J. Gunkel2 “¿Pueden los robots tener derechos? La segunda pregunta para formular un silogismo y llegar a una conclusión radica en ¿Los robots deberían de tener derechos?

Para intentar entender la primera pregunta, el autor expone la postura utilitarista que concibe a todo avance o creación tecnológica como un mero instrumento a través del cual el hombre logra sus objetivos, al ser un instrumento, este nunca podría gozar de los mismos derechos que una persona ostenta.

Gunkel desvalida esta postura expresando que hay que distinguir entre la palabra “herramienta” y “máquina”, este segundo concepto hace referencia a una herramienta o estructura, la cual ha alcanzado “autonomía” en sus funciones, y no requiere de la intervención del humano para desempeñarse adecuadamente, claro que esta definición todavía no llega a abarcar la acepción de “autonomía” analizada por Lariguet en los cuentos de Asimov, ya que a pesar de la existencia actual de muchas herramientas que llegan a alcanzar cierto grado de autonomía, aún no son capaces de realizar la abstracción ni las operaciones intelectuales para ser conscientes de su propia existencia, como lo hace Andrew Martin, el robot protagonista de “El Hombre Bicentenario”.

Un tema de suma trascendencia abordado del análisis de Lariguet, nos hace percatarnos que no es suficiente el tener noción de nuestra existencia en este mundo, sino también ser conscientes de nuestra naturaleza perecedera, pues una de los principales argumentos por los que se le priva a Andrew Martin del reconocimiento de ser humano, es que al poseer un cerebro positrónico en contraposición con uno orgánico, le permitiría vivir para siempre, a la vez que lo privaría de esa sensación de mortalidad tan presente en todos los humanos.

Es aquí cuando surge otra pregunta que no solo nos hace cuestionar la humanidad de los robots sino la nuestra, ¿Si pudiéramos escapar de la muerte, seguiríamos siendo humanos?, en el hipotético escenario en el que los avances de la tecnología que hoy en día nos permiten reemplazar extremidades, e incluso órganos vitales como el corazón, llegaran a un desarrollo tal que nos permitieran extender la vida de nuestros cuerpos con mejoras, o incluso cambiar nuestra consciencia de un cuerpo a otro, ¿seguiríamos siendo humanos?, ¿Cómo entenderíamos nuestra existencia, cuando la muerte, lo único que consideramos inevitable, pueda ser sustraído de la ecuación?

Esta cuestión es tan importante como la concerniente a la inteligencia artificial, ya que cada vez la línea entre robots sentientes y humanos tecnológicamente modificados parece volverse más borrosa.

Tras reflexionar, concluyo que si un robot llega a tener un nivel de desarrollo que le permita ser autómata, regirse no solo por el sistema de reglas preprogramadas, sino aprender nuevas reglas y deliberar sobre ellas, así como sentir emociones, reaccionar acorde a ellas y autodeterminarse, se puede decir que ha alcanzado las potencias básicas en la que se fundamenta la humanidad y por lo tanto, la respuesta a la segunda pregunta es que esta especie de robots si deberían ser titulares de derechos.

Estamos ante una etapa evolutiva insoslayable para el ser humano en la que la inteligencia se está desprendiendo de la consciencia3, no obstante, llegara el punto en que consciencia e inteligencia vuelvan a unirse, lo que presentará un paradigma completamente distinto y kantiano, en el que nuestro cuerpo pase a segundo plano de importancia, buscando identificarnos cada vez más con nuestra razón y nos obligue entender, que es lo que de verdad nos hace humanos.

1 Lariguet, Guillermo, “Humano, Demasiado Humano: ¿Podrían tener derechos morales (algunos) robots? Un análisis filosófico a partir de dos cuentos de Isaac Asimov”, Principia Iuris, julio-diciembre 2017, Vol. 15, No.28, pp. 116-135.

2 Gunkel, J. David, “The other question: Can and should robots have rights?” Springer Link, 17 octubre 2017,

https://bit.ly/2Lz2vHD

3 Noah Harari, Yuval Homo Deus: A brief History of Tomorrow, Nueva York, Harper Collins, 2018 p.357